RAÍCES

El tinto color de las flores del rosal invitaba a pensar en el vino que saldría de las vides. Rectas filas, como ejércitos vegetales dispuestos a dar su sangre, las cepas eran encabezadas por las intensas gotas rojas de sus rosas.

– Son un testigo, un aviso temprano. – Me dijo   el labrador, adivinando la pregunta que germinaba en mis labios.- Si les ataca alguna enfermedad o algún bicho el primero que enferma es el rosal.

– La belleza es la primera que cae ante la adversidad. – Dije tras un silencio que duró varios latidos.- No se si es trájicamente hermoso o grotesco.

– Es la vida, o la naturaleza si lo prefieres. Tú sufres por el rosal pero las que nos mantienen son las vides.

No pude más que sonreír, agachar la cabeza y seguir con el paseo.

El aire soplaba raso sobre el sembrado. Era seco como la tierra y fresco como el verde de las hojas con las que jugaba. A veces podías sentir el translúcido color de las uvas casi maduras en el roce del aire en la piel. El día era joven, casi un niño, que jugaba con los rayos de sol paralelos al suelo. Estos obligaban a entrecerrar los ojos si mirabas al este.

El sol subió, observando nuestro deambular entre las vides, viendo como nos parábamos allí donde una rama estaba rota o un racimo trocaba su color. Las palabras estuvieron eminentemente ausentes. Un gesto, una mirada, una indicación de cabeza. Una casi imperceptible sonrisa en la cara de mi acompañante rompió la monotonía, pero sólo una vez, al encontrar las primeras uvas maduras, se hizo lo suficientemente amplia como para mostrar los dientes.

Al llegar a la fresca sombra de la casa estás mismas uvas lavadas subieron al altar que formaba la loza de un plato para su hecatombe. Explotando en mi boca liberando su licor me supieron a gloria.

– Está tierra tiene memoria. – Me dijo.- Al andar por ella mis pies encuentran las huellas de mi padre y mi abuelo. Al sembrar una cepa las uvas que da son las mismas que recogió mi abuelo. A veces pienso que incluso las raíces son moldeadas por la tierra para ocupar el mismo espacio que ocuparon las de la planta anterior, su predecesora y quién sabe si las que un romano plantó hace dos mil años. – Paro de hablar. Se paso las manos ásperas y sucias, que recordaban a esa misma tierra de la que hablaba, por la cara. Algo húmedo cayó en sus palmas y estás lo bebieron ávidamente dejando poco más que una marca más clara.- Siempre han dado uvas con las que se ha hecho vino. Siempre hubo alguien que cuidó estas viñas guardándolas hasta que la siguiente generación recogiera el testigo. Pero yo soy el último. Quién tendría que hacerse cargo de este legado se fue a la ciudad y no volverá. Solo le interesa por cuánto se puede vender esta tierra.

Enderezó la espalda y su rostro se volvió duro, como si se tornará en piedra. Una piedra manchada por tierra seca.

– No, esta tierra no será vendida. Soy mayor, aún más de lo que aparento, pero está tierra es mi sangre, esas uvas el sentido de mi vida y no permitiré que las vides den paso a parques, casas o lo que quieran construir aquí. Aquel que coja de mis manos la hazada y siga cavando y cuidando este trozo de tierra seca será mi heredero.

Asentí sin decir una palabra. Esperé a que terminara.

– Esta tierra no tiene dueños, sólo amantes.

EPIFANÍA

Lenta y quedamente observaba la lluvia caer al otro lado de la vidrio, con personas insertadas entre las gotas, protegiéndose del agua con una insensata incapacidad para disfrutar de las pequeñas cosas.

Laura, sentar junto a mi, inclinaba su cabeza sobre un libro, creando una hermosa curva entre su espalda y su cuello, rematada por una cortina de fino pelo que caía sobre su pecho.

Mis dedos tambolireaban sobre la mesa del café, hasta entonces no me había dado cuenta. Pare mis dedos, los encogí unos segundos pero acabé retirando la mano. Sin saber que hacer con ella durante unos instantes, terminé depositando la en una caricia sobre su rodilla.

Mi vida no es lo que siempre quise ser, pero en momentos así me doy cuenta de que estaba equivocado.

NIEBLA

Aquella isla que sobresale
Sobre un mar ausente
Sobre las nubes bajas, el cielo espeso
Sobrevive el último rincón aislado

Aquella isla, aquel lugar
Me recuerda aquellos momentos
En los que estar solo, naufragar
Se convierte en nuestro paraiso

Sentado en una orilla que no es tal
Lamiendo el algodón evanescente mis dedos
La superficie de este mar fluye
Ignorándome a mi, a cualquier cosa que sea eterna

No se si este lugar, este naufragio, esta inexistente materia
Me abraza, me aísla o me completa.

UNA MAÑANA

A Cortázar.

La oscuridad transitaba al otro lado de la ventana, solo interrumpida por relámpagos de luz gastada y amarilla o reflejos del interior del vagón en el vidrio. Era un transitar monótono, la pura esencia de la rutina, únicamente interrumpido por los frenazos, la apertura de las puertas y el intercambio indistinguible de un resumen de la fauna matutina de cualquier ciudad.

Al volver arrancar a veces alguien se sienta delante de mí. No es lo habitual, porque ello implica el juego sin fin de miradas esquivas, evitando la incomodidad de hacer humano a aquel ser ajeno, lo normal es que se sienten al tresbolillo, guardando para cada uno una parcela de intimidad.

Un hombre medio dormido se levantó en el último momento, una madre y su hijo lo sustituyeron durante cinco o seis paradas. Dos paradas más sin nadie en mi horizonte, aunque alguien junto a mí me recordaba su presencia con una respiración profunda que anunciaba que pronto llegaría un ronquido.

Cuando volví a mirar alguien se había sentado, perdido en un abrigo tan largo como oscuro. Ojos cerrados, labios entre abiertos en el suspiro que se escapa tras ganar un lugar donde descansar.

Quizás fue un instante, pero me pareció una eternidad la que permaneció en esa pose. Grabé el ritmo de su respiración, la forma en que se mecía su cuello al ritmo del vagón vibrando sobre las traviesas, la sombra verde oscuro de su jersey que asomaba por un pliegue del abrigo…

De repente se movió, pasando de la extrema quietud a una la danza de armonías y bruscos quiebros. Sumergió su atención en su bolsa, cayendo la cortina de su pelo sobre su rostro, lanzando destellos en el suave balanceo que me hipnotizó, capturando mi atención.

Los cabellos pasaron a ser unos océanos oscuros y profundos que con el oleaje de sus pestañas me arrastró al fondo de su iris. Ahora el inmóvil era yo. Mi pecho pendía de sus ojos, ansiaba y temía cualquier reacción de su rostro. De su respuesta, supe, dependería el resto de mi vida.

Echó la espalda hacia atrás sin apartar su mirada de mi. Mas que mirarme me evaluaba, absorbía mi ser con sus ojos. Sus labios se abrieron y cerraron. El mundo explotó y se recompuso en mi corazón. Probé a sonreír, tímidamente, y se relajó. Inclinó su cabeza suavizando su expresión. Sí, incluso sonrió.

Durante dos o tres paradas no supe que decir. Al final me decidí a decirle algo, pero se me adelantó.

– Esa era mi parada. – Y por fin sonrió.

NO TODO VOLVERÁ

No todo volverá
Muchas cosas se gastan, nada más
Otras vuelan en el viento
Se dejan arrastrar

Pocas son perennes, no en superficie
Si no en su esencia
Y ni siquiera ellas son eternas
¿Acaso la mina no socava la piedra?

Roma perdió su república
Egipto su ciencia
Nos quedan una vis corrupta
Y un río que no cesa

Mira tu reflejo en agua, luz y agua
Tú te vas, ambas quedan.

DESNATURALIDAD

Despierta la ciudad
Los rugidos de los motores inundan sus arterias
Viste de vaporoso gris, penetrando las pieles
Cerrando los horizontes, bajando los ojos

El ciudadano olvida que lo era,
Marca en su acostumbrado surco
Futuros y pasados, pero borra su estela
Dividiendo la unidad en muchos menos que cada uno

Los lazos de manos se deshacen, se tornan cadenas
Los hombros se inclinan, tras ellos sus cabezas,
La ciudad desde sus sueños se desploma
Rompiendo, para ser más fiel, la imagen y el espejo

Rugen las almas en la ciudad
Claman por todo aquello que van a olvidar.

MIERDA DE MUNDO

En una mierda llamada mundo
Las moscas se reproducen sin freno
Paladeando su sabor inmundo
Compartiendo con deleite un banquete infecto

Legiones soterran de otros los futuros
Engullen sin freno hoy el mañana
Gastando lo que un día pudo ser suyo
Dejando a las próximas moscas sin nada

Una disputa, una raya mal trazada
Y arden los pechos, explotan las calmas
Destruyen en su lucha el objeto
Dejando dentro de sí ramas truncadas

Quizás no era de mierda aquel mundo
Quizás la mierda somos todos juntos.

AISLAMIENTO

Un olvido pactado
Entre mi pecho y mi frente
Ocupa su espacio, inundando
Mi cráneo, mi torso y mi vientre

Las palabras caen
hacia el cielo de mi boca
Despeñan entre ecos,
Esperanzas y recuerdos
Los ladrillos de una torre rota

Mis labios quedan sellados
Rictus como sonrisas, clavados
Sentencian la soledad de mi alma
En un bosque de rostros
En un desierto de corazones

Arrastro mi vacío, fuera por la cara interior de mi pecho
Curvo con su peso mis espaldas
Lo entrego entero
Pero me lo devuelvo al llegar a mis ojos
Dónde habían puertas, solo quedan espejos

No hay culpables, ni cielo, solo infierno
Mis puertas se sellaron
Con orgullos, cegueras y miedos.